El
Mirador Redondo ©Carlos M. Montenegro
China estuvo gobernada por emperadores títeres o por la intrigante y
extravagante emperatriz consorte Ci Xi, incapaces de frenar a los extranjeros y
de cuidar a sus súbditos
La República de
China fue el régimen político que sucedió a la última dinastía imperial,
la Qing en 1912. El periodo republicano fue una etapa de grandes
convulsiones políticas y sociales bajo el control de los llamados "señores
de la guerra". Según Gómez Serrano, el crítico y escritor mexicano, la
mejor comparación de la china de 1912 es la de un enorme edificio que se va
agrietando por todas partes; acertada comparación, ya que la China
multidinástica, cuando amanecía el siglo XX era un país corroído, con sus
lógicos altibajos, por el óxido del despotismo y la corrupción acumulada
durante milenios. El país estaba parcialmente ocupado por extranjeros, víctima
de los tratados de paz desiguales en varias guerras que les obligaba a permitir
en exclusiva comerciar con el opio que importaban los británicos y
norteamericanos.
China estuvo gobernada
por emperadores títeres o por la intrigante y extravagante emperatriz consorte Ci
Xi, incapaces de frenar a los extranjeros y de cuidar a sus súbditos. Debido a
la debilidad del gobierno central, cada gobernador de provincia era un virrey
local que no servían al emperador, buscando la manera de vivir en una grosera
opulencia improductiva extrayendo más y más dinero al pueblo que vivía en la
miseria, y que producía cada vez más malestar en la gente llana.
La situación no tenía
contento a nadie, el debilitamiento del régimen Qing incrementó los problemas
internos, lo que permitió que se produjeran múltiples levantamientos contra el
gobierno central. Todos fueron sofocados hasta que al final uno de los
levantamientos tuvo éxito. Fue cuando tras la revolución de Xinhai
el último emperador, Puyi, abdicó definitivamente y cayó
para siempre la última dinastía imperial, la Qing, proclamándose la República
de China. Era el 12 de febrero de 1912.
Sun Yat Sen (1866-1925)
el fundador de la República China, y el más eminente representante del
nacionalismo en su país, fue el primer presidente provisional. En 1912 Sun Yat
Sen había fundado en la provincia de Cantón el Partido Nacionalista Chino o Kuomintang (KMT), partido
basado en los principios del nacionalismo, la democracia y el bienestar social,
que ganó por mayoría ese mismo mes las elecciones parlamentarias.
Sin fuerza real
que le apoyara, cedió la presidencia a un antiguo ministro imperial, Yuan
Shikai que una vez en el poder traicionando a la república quiso, aunque en
vano, coronarse rey y acosó a Sun Yat Sen y sus seguidores destituyéndolos de
los puestos de mayor responsabilidad; Sun en 1913 debió huir refugiándose en
Japón, desde donde intentó retomar las riendas de su movimiento reunificador de
las dispersas provincias chinas.
Al morir Sun en 1925,
Chang Kai-shek (1887-1975) asumió el mando del Kuomintang y lanzó la llamada
“revolución nacional” en unión con los comunistas: desde sus bases en el sur de
China fueron derrotando a los jefes militares semiindependientes que dominaban
el centro y norte, hasta lograr la práctica unificación del país en 1927-28.
Entonces rompió con los comunistas, a cuyos simpatizantes persiguió de forma
sangrienta y formó un gobierno monocolor nacionalista con capital en Nankín.
Prácticamente ejerció
una dictadura personal de ideología conservadora, pues intentaba recuperar la
armonía social tradicional que predicaba Confucio; el poder fue repartido entre
cuatro grandes familias, todas ellas ligadas al dictador: los Chang, los Sung,
los Kung y los Chen. Apenas logró la devolución de algunas concesiones
coloniales, en cambio abandonó objetivos sociales como la reforma agraria, que
había defendido durante el periodo de alianza con los comunistas.
El consiguiente
descontento campesino fue la base sobre la que se apoyó la revolución comunista
liderada por Mao Tse-tung o Mao Zedong, que a partir de 1930 sumió a China en
una guerra civil. Chang Kai-shek venció al “Ejército Rojo” de los comunistas
después de combatir con ellos en cinco campañas, obligándoles a retirarse hacia
el interior (la “larga marcha” de 1934-36). Pero ello no afianzó el triunfo de
Chang Kai-shek, ya que Mao consiguió refugiarse en la provincia de Yenan, donde
fundó una República comunista independiente.
Por otro lado Japón,
dirigió hacia China sus ambiciones de expansión territorial, ocupando sucesivamente
Manchuria (1932), Jehol (1933) y la costa norte de China, incluyendo Pekín y
Nankín, hasta Shanghái (1937) y Taiwan. La parte más densamente poblada del
país quedaba así en manos extranjeras. Chang hubo de aliarse de nuevo con Mao
Tse-tung para encarar una resistencia más eficaz a los invasores; a cambio los
comunistas le cedieron el mando supremo de las operaciones militares. La Guerra
Chino-Japonesa de 1937-1945 fue un capítulo más de la Segunda Guerra Mundial y
un paréntesis en la guerra civil china.
Tan pronto como la
contraofensiva de los aliados (británicos y norteamericanos) derrotó al Japón
en 1945, los nacionalistas de Chang Kai-shek y comunistas de Mao Tse-tung
reanudaron las hostilidades en una nueva cruel guerra civil, que se extendería
hasta 1949. El Kuomintang consiguió controlar las grandes ciudades, pero los
comunistas, apoyados en la miseria del campesinado, fueron avanzando
posiciones. En 1947 las fuerzas comunistas protagonizaron una gran ofensiva que
culminó con la reconquista de Manchuria y la conquista de las ciudades más
importantes. Sumido en el desorden y la corrupción, el ejército nacionalista
cesó la lucha y los dirigentes del Kuomintang abandonaron el continente y se
refugiaron con sus partidarios (unos dos millones de personas) en la isla de
Formosa (Taiwan) devuelta por los japoneses en 1945, ayudados por la Séptima
Flota de EEUU. Debido al manifiesto anticomunismo de Chiang Kai-shek y en el
contexto de la “guerra fría”, Washington apoyó sin restricciones, y hasta el
día de hoy, a la Administración de la República de China nacionalista.
Mientras, el Ejército
Popular de Liberación de Mao ocupó todo el territorio continental implantando
la República Popular China (1949), que con pocas excepciones solo fue
reconocida por los países comunistas. El resto del mundo occidental y la ONU,
recién fundada, no quisieron reconocer al nuevo Estado, sosteniendo que el
único depositario de la legitimidad china era el gobierno de la República China
nacionalista de Chiang Kai-shek.
La gran paradoja es que
apenas unos pocos millones de chinos guarecidos en una isla tenían la
representación de la totalidad de China en las Naciones Unidas, con más de 600
millones desde el correspondiente sillón de Miembro Permanente del Consejo de
Seguridad, junto a la URRS, Francia, Reino Unido y EEUU, como vencedores de la
II Guerra, mientras que la China de Mao, excluida de la ONU, era sometida a un
bloqueo económico.
Sin embargo la realidad
se impuso y el 25 de Octubre de 1971 la Asamblea General de Naciones Unidas a
solicitud de Albania, la República Popular China fue aceptada como miembro de
pleno derecho de la ONU por mayoría de votos de dos tercios; 76 a favor (entre
ellos la URRS), 35 en contra (entre ellos EEUU y Venezuela), 17 abstenciones y
3 ausencias, ocupando así el lugar de la República China de Taiwan, y
expulsando a los representantes de Chiang Kai-shek del puesto que ocuparon
desde la fundación de las Naciones Unidas.
Esta medida puso fin a
la permanencia de la Republica de China en la ONU y sigue siendo un punto
álgido de discusión sobre su situación política. Sin embargo desde 1991, los
nacionalistas han vuelto a solicitar su incorporación a la ONU para representar
al pueblo de Taiwán y sus islas periféricas bajo nombres como "República
de China en Taiwán" o “Taiwan” a secas, asunto aún pendiente.
A pesar de todo todavía
subsisten dos Chinas enfrentadas, que aunque llevan décadas en que de forma
tácita cesaron las hostilidades, pero no las amenazas, a diferencia con Corea o
Vietnam, no existe entre ellos ningún tratado de paz, ni siquiera un armisticio
firmado, por lo que técnicamente los nacionalistas y comunistas chinos aún están
en Guerra.
Sin óbice ni cortapisa
Por cierto, en el
actual Consejo de Seguridad de la ONU, los cinco miembros permanentes
(Rusia, China Popular, Francia, Reino Unido y EEUU) siguen teniendo derecho a
veto. Si uno solo de estos países veta una propuesta, ésta queda
automáticamente rechazada y sin efecto, aunque todos los demás miembros hayan
votado a favor. Cabe preguntarse: ¿Quién vetará en caso de las propuestas
contra el gobierno venezolano?
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