Formato del Futuro…
Sin duda,
el mundo registra una convulsionada etapa de acomodos. Y el proceso se aprecia
en un tablero político económico complejo. Se desarrolla una lucha entre
naciones poseedoras de una tecnología de punta, consideradas por ello las más
poderosas y ricas, y las que poseen –todavía- una predominante
cantidad de reservas naturales o materias primas, los componentes necesarios
para seguir alimentando el desarrollo industrial de la otra parte. La
apreciación simple las identifica como países desarrollados y subdesarrollados;
los de mayor poder económico y los que aún se distinguen por su multiplicidad
de detalles alusivos a las formas de pobreza.
Los
países que califican entre las naciones desarrolladas, se apuntalan en un
avance tecnológico que ha sido posible después que su sociedad acometiera
programas educativos y formativos dirigidos a afianzar capacidades competitivas
y comparativas. La ciencia, la investigación y la libertad para crear y
emprender ha hecho posible una ciudadanía con mayor conciencia en cuanto a
deberes y derechos. También a lo que implica alcanzar una mayor calidad de
vida. Y eso se traduce, obviamente, en que para avanzar, es menester
una mayor formación al servicio de su país, una mejor educación inspirada y
dirigida a vencer en la dedicación a la competencia, como en la preparación
integral para lograr metas y éxitos. Por supuesto, hacer posible el desarrollo
integral de la nación donde se ha nacido, se habita o se ha decidido convertir
la posibilidad de vivir en el recurso ideal para no fracasar.
Hablar de
las naciones subdesarrolladas es hacerlo de aquellas ubicadas mayoritariamente
en el continente africano, Medio Oriente, Centro y Sur América. No por
coincidencia la mayoría está ubicada en el hemisferio Sur de la Tierra;
concretamente, en la zona ecuatorial; en el sitio, por cierto, donde
el hombre no necesita soportar bajísimas temperaturas que lo obliguen a cultivar
el aprecio y respeto al trabajo para sobrevivir durante los helados inviernos.
Estas
naciones no son conocidas por su dedicación prioritaria a la cultura, a la
investigación y al desarrollo científico. Como regla general, sus ingresos
económicos provienen del trabajo en la minería y la extracción de materias
primas. Del trabajo duro y de la explotación del ser humano por el mismo ser
humano. En otros casos, en la compra y venta de insumos.
En este
grupo de países, lo más normal -y con mayor intensidad- son: la
pobreza, la precariedad de la salud pública, deficientes sistemas de educación,
analfabetismo, altos niveles de inseguridad, violación de derechos humanos y de
su base constitucional, poco desarrollo industrial y un precario desarrollo
agroalimentario. No son pocos ni los son todos tales señalamientos. Lo cierto;
son los que se mencionan entre otros tantos problemas sociales que
no permiten o dificultan el desarrollo o superación en las clases más pobres.
De lo que
se habla, entonces, es de países donde la estratificación social se identifica,
en términos porcentuales, por tener una división de clases sociales de 10% con
ingresos altos, 20% con ingresos aceptables y un enorme 70% -o más- de clase
pobre o marginal. Se trata de porcentajes que, desde luego, adquieren mayor o
menor peso en el análisis dependiendo de la participación numérica de las
poblaciones menos favorecidas, más golpeadas, o las excluidas que otros
denominan marginales.
En Centro
y Sur América, a los países y a sus pobladores se les identifica por una
característica muy especial. Y es que se trata de verdaderos híbridos, porque,
además de disponer de múltiples recursos naturales, como son: agua dulce,
tierras fértiles, materias primas, minería e hidrocarburos, entre otros, además
de un gran potencial humano de fácil educación y formación, es víctima de un
lastre cultural que impide una adecuación a los principios y
valores propios de una ambiciosa población motivada por ansias de
superación y desarrollo.
Pesa aún
–y mucho- la convicción de que el esfuerzo productivo es propio de un
determinado estrato social, personificado por esclavos y estratos dependientes.
Conquista, dominación y esclavitud conforman un ADN que erosiona
perniciosamente motivaciones, entusiasmo y visión de una población que llega a
renegar de su independencia de la presencia dominante del Estado convertido en
caudillo, y no es un administrador conducido por servidores públicos.
Es
verdad, progresivamente, este perverso concepto ha ido cambiando con algunas
variantes. No obstante, los programas y sistemas de educación no han adquirido
la misma importancia y trascendencia en todos los países de la
región. De hecho, es apreciable el predominio conductual
de una dirigencia política caracterizada por su incansable dedicación a
conservar el criterio del colonialismo: mucho paternalismo, populismo, pan y
circo.
En fin,
la evolución política y formativa no se ha traducido necesariamente en un
debilitamiento o la superación del elevado porcentaje de
marginalidad que se aprecia en cada país. Además de que son muchas las promesas
y los proyectos a futuro que se quedan en el camino, que no se cumplen por
razones imputables a terceros, a la vez que se insiste en mantener el concepto
de vencer en procesos electorales, aunque sea fraudulentamente, y
mantenerse en el ejercicio del poder.
Europa y
América del Norte continúan viendo en Latinoamérica a un gran
potencial de desarrollo y crecimiento. Saben que allí hay abundantes y
diversificados recursos naturales, además de humanos talentosos, todo lo cual
los podría convertir en unos grandes aliados y una verdadera potencia en el
mundo occidental.
Adicionalmente,
Rusia, China y Cuba, como un ombligo mal ubicado, ven esta parte del Continente
como un área de explotación rica en recursos naturales. Por sobre el
distanciamiento cultural entre las partes, sin embargo, se pretende una
colonización y explotación indiscriminada, a la vez que se
siembran ideologías que han empobrecido a todos los países que han
caído en esa red de sobresaliente conformación propagandística.
Hay que
cambiar. No hay que permitir más engaños, haciéndole el juego sumiso
a falsas ideologías. Los partidos políticos y sus líderes tienen que dejar de
ser maquinarias electorales; deben retomar el camino de trabajar para propiciar
el bienestar social, el desarrollo y calidad de vida ciudadana.
Los
electos para convertirse en servidores públicos desde los distintos cargos de
Gobierno, no son nominados para disfrutar del poder; menos aún para
enriquecerse, ni para perpetuarse en los cargos. Deben llegar al cargo con
programas de gobierno y metas definidas para poder rendir cuentas y mantener
como norte el respeto y la obligación de atender y servirle al ciudadano, al
Soberano, su verdadero único mandante.
En la
Venezuela destrozada, arruinada y sometida del presente, la solución no es ir a
más elecciones sin norte, sin programa o proyecto País. No es prestarse
para votar por otro falso Mesías, y mucho menos para que
siga arando en el mismo mar de vicios y errores de la cultura electorera de
“quítate tú para ponerme yo y los míos”. Definitivamente, esa no es la vía.
De ahí la
importancia de consultar al Soberano. De ir a un plebiscito o a una consulta,
con el propósito de reconstruir al país desde sus raíces.
Se
tendría que elaborar un Proyecto País aprobado por ese Soberano y bajo el
concepto de que es el único dueño del País, para, finalmente, ir a unas
elecciones libres con un auténtico, autónomo e imparcial Consejo Nacional
Electoral.
De
acuerdo a la vigente Constitución Nacional, esto es perfectamente factible. De
lo que se trata, es de convocar para nombrar una legítima Asamblea
Nacional Constituyente Originaria, tal y como lo expresa y permite la
Constitución. Y de no seguir haciendo lo mismo, con la pretensión y el
irresponsable mensaje de que se trata de pretender obtener resultados
distintos. Siguiendo la misma ruta para hacer lo mismo que se convirtió en
penurias, a la vuelta de unos años, sólo se traducirá en los mismos resultados,
en el mismo desastre.
Egildo
Luján Nava
Coordinador
Nacional de Independientes Por el Progreso (IPP)
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